Claves para fortalecer el vínculo matrimonial desde la vida sexual

La vida matrimonial y la vida sexual no siempre son fáciles. En la vida moderna, con agendas apretadas, cansancio acumulado y mil pendientes, los espacios de intimidad pueden quedar relegados al último lugar. Cada uno también tiene sus expectativas e ilusiones personales que atraviesan el encuentro sexual matrimonial  y pueden convertirla en un terreno complejo, lleno de tensiones, silencios o desilusiones.

Es una realidad más común de lo que parece. Y no están solos.

Intimidad con sentido: el encuentro como centro

Vale la pena recordarlo: el centro del encuentro sexual no es el placer ni la fertilidad, sino el encuentro entre dos personas. Cuando cualquier otra cosa ocupa ese lugar, ese momento deja de ser un espacio de amor y se convierte en una prueba de rendimiento. El encuentro está marcado por cada situación personal; no siempre es igual, sino que se ve atravesado por las circunstancias de vida. Para el encuentro, uno debe salir de sí mismo hacia donde está el otro. El amor, la entrega, la apertura a la vida y la comunión de los esposos tienen que ver con eso: cada uno sale de donde está, no para abandonarse, sino para encontrarse. Sentirse recibido y ser capaz de recibir.

Cuando ponemos cualquier otra cosa en el centro —el placer, el embarazo o incluso el deber— corremos el riesgo de convertir ese espacio sagrado en una fuente de dolor o presión.

Redescubrirse como esposos en medio del cansancio

Muchos matrimonios se distancian en el encuentro sexual por expectativas de placer, rendimiento o fertilidad. Sin buscarlo, muchos terminan esperando resultados y reduciendo al otro a un mero facilitador. Esto no es exclusivo de quienes buscan el embarazo; sucede en la vida matrimonial y el cansancio condiciona la entrega. La buena noticia es que siempre se puede volver a empezar. El amor no depende del rendimiento y la entrega no se mide en resultados.

La intimidad conyugal es un lenguaje, un modo de decir: “te elijo de nuevo”, “sigo acá con vos”, “te amo con todo lo que soy, incluso en los tiempos difíciles”.

Por eso, vale la pena generar espacios de encuentro, aunque sean pequeños, imperfectos o no concluyan en una relación sexual. La intimidad es mucho más que eso: es mirar al otro con ternura, sentarse a hablar, compartir un silencio, volver a ser esposos y compartir la comunión entre los dos.

Una familia se construye en la entrega

Es la entrega del varón y de la mujer lo que constituye una familia, no los hijos. Un matrimonio sin hijos no es una familia fallida. Los hijos no vienen a “demostrar” ni a “aprobar” nada. Es la capacidad de donarse y de recibir al otro lo que constituye el amor familiar. En ese amor nacerán los frutos. Con o sin hijos, la dinámica de entrega/recepción es el motor de la familia.

¿Qué podés hacer hoy?

  1. Sincerarse sobre la sensación de “sentirse usados”, que muchas veces es mutua. Preguntarse: “Solo busco tener relaciones si… (es un tiempo de fertilidad, solo si obtengo placer yo, me conviene a mí…)”.

  2. Buscar una actividad que les guste a ambos. Recordar el comienzo de la relación: pasear, salir a comer, verse con amigos, hacer deporte o planear una escapada.

  3. Reenfocar la intimidad como espacio de encuentro, no de rendimiento.

  4. Buscar acompañamiento si sienten que lo necesitan.

Conclusión: siempre vale la pena volver a elegirse

 

La sexualidad del matrimonio no siempre es fácil; a veces cuesta, duele y provoca el sentido contrario: sentirse alejados. Pero eso es un llamado a volver al otro, mirarlo como persona y amarlo en su totalidad; siempre es el camino más pleno. Incluso en medio de la espera, incluso en el dolor: vale la pena redescubrirse como esposos.
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